sábado, 21 de abril de 2012

Todo pasa, nada queda.

Esos insultos que me gritaste. Esas caricias que me diste. Éramos así, primero frío y luego calor. Primero el día, y luego la noche. Primero dos polos iguales y luego dos polos distintos.
No sé qué pasó, ni cómo ocurrió, pero al final todo salió mal. Todo era frío. Éramos el día. Éramos dos polos iguales, nos repelíamos. Buscabas la compañía de otras en vez de la mía. Yo buscaba la compañía que no me dabas en el alcohol. Y así fuimos dejándolo todo. Te abandonaste a ti mismo, me abandoné a mí misma. Y cuando nada parecía tener sentido, pasó lo que tenía que pasar. Llegó a mi vida otro, que me entendía, que me ayudó a salir de los vicios en los que me habías metido, él me salvó, él es mi ángel.


Y tú, no pudiste evitarlo. Viniste hacia mí, me pediste perdón, te arrastraste, pero ya era demasiado tarde. Lo siento, de verdad.
La estupidez humana no tiene cabida y, muy a mi pesar, la tuya es la más infinita de todas.